La OMS define la salud mental como el desarrollo de las capacidades sociales y emocionales del niño que le permiten experimentar, regular sus emociones, establecer relaciones próximas, seguras y aprender. La salud mental es un proceso evolutivo y dinámico. En este proceso intervienen múltiples factores: hereditarios, el normal desarrollo neurobiológico, la educación familiar y escolar, el nivel de bienestar social, el grado de realización personal y una relación de equilibrio entre las capacidades del individuo y las demandas sociales.
Entre el 10 y el 22% de los niños y adolescentes, según estudios, sufren trastornos psiquiátricos y sólo una quinta parte son correctamente diagnosticados. Además, hay que destacar que existen otros niños y jóvenes, que tienen problemas que no cumplen los criterios diagnósticos de un trastorno mental, pero que son fuente de sufrimiento. Estos niños también deben recibir ayuda y beneficiarse de una evaluación rigurosa y un tratamiento apropiado.
Más de la mitad de las enfermedades mentales surgen en la infancia y de acuerdo a estudios científicos existe una continuidad entre los trastornos mentales infantiles y los de la vida adulta.
Los trastornos mentales pueden surgir en cualquier momento de la vida, la edad modula sus características clínicas. Los retrasos del desarrollo, el autismo y otros trastornos generalizados del desarrollo se manifiestan desde los primeros meses de vida. Los problemas de comportamiento desde los dos años, los síntomas de ansiedad desde los 4 a 5 años o incluso antes, la depresión desde los 5 a 6 años, el consumo de sustancias desde los 11 a 12 años y la esquizofrenia con características similares a la del adulto desde los 14 a 15 años.
La gravedad y serias consecuencias que tienen estos trastornos incrementa cuando no se tratan de forma oportuna. La ausencia de diagnóstico y tratamiento limita el futuro, disminuye las oportunidades educativas, vocacionales y profesionales e implica un costo muy alto para las familias y la sociedad. No se debe olvidar que estos trastornos pueden prevenirse, otros tratarse y curarse y una gran mayoría de pacientes puede llevar una vida normal y satisfactoria.
Entre los problemas sociales se encuentran:
Un porcentaje muy elevado termina en Centros de Menores y en el mundo de la delincuencia; es decir, lo que no hizo el sistema sanitario pasa a ser un problema del sistema judicial cuando ya es muy difícil poner remedio.
Una mala salud mental en la infancia se asocia con mayores tasas de enfermedad mental en la edad adulta, menor nivel de empleo e ingresos, problemas conyugales y actividad criminal. También conlleva un aumento de enfermedad física con una esperanza de vida reducida.
El consumo de tabaco, alcohol y drogas durante el embarazo se asocia a problemas neurológicos, cognitivos y emocionales. El estrés de la madre en el embarazo desencadena problemas conductuales en el hijo. Un bajo peso al nacer se asocia con deterioro cognitivo. El trastorno mental paterno o materno altera la interacción padres – hijo, disminuye la capacidad para la crianza y educación apropiadas y favorece la conflictividad entre los padres. Hay grupos de especial riesgo como los marginados, los que han sufrido maltrato.
El especialista que mejor conoce el desarrollo del niño y que puede identificar estas patologías es El pediatra de Atención primaria, por ello debe estar atento asistir con su hijo (a) a todas las revisiones periódicas de salud.
Se deben tener en cuenta varios aspectos:
Las actividades del pediatra de AP son:
Fuente:
Pediatría Integral
OMS